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24/7/10

EL ENTERRADOR DE CELEBRIDADES

El gran escritor nicaragüense Rubén Darío que en realidad era un seudónimo, porque se llamaba Félix Rubén García Sarmiento llegó a Buenos Aires para hacerse cargo del Consulado de Colombia.

En poco tiempo perdió su empleo, por los continuos cambios políticos que se producían en el país que representaba.

Sin embargo como se sentía muy a gusto en Buenos Aires y tenía muy buenas  amistades en el círculo bohemio que frecuentaba, se quedó.

Leopoldo Lugones lo incorporó a la Dirección de Correos, lo que le permitió vivir de un sueldo, cosa que aumentaba con algún aporte periodístico mal remunerado.

Sus mejores amigos fueron el escritor Roberto Pairó, entre suyas obras puede figurar El casamiento del Laucha, Frank Brown, el mas famoso payaso que pasó por Buenos Aires y Charles de Soussens un escritor suizo que había arribado al Rio de la Plata siguiendo a una antigua novia, integrante de una compañía de music hall, en gira por Sudamérica.

 Este grupo bohemio dio origen a las Peñas en Buenos Aires, círculo de relaciones con Inquietudes intelectuales que frecuentaban el mismo bar o restaurante.

En una de esas reuniones, acordaron que no volverían a escribir nunca más una columna gratis en ningún diario que lo requiriese.

Rubén Darío comenzó a firmar, a veces con nuevos seudónimos, textos periodísticos en el Diario La Nación. Y se especializó en notas necrológicas, es decir las biografías de algunas personalidades que acababan de morir, sobre todo de aquellos vinculados a las letras.

Él mismo se llamaba “enterrador de celebridades”

Por lo general en los diarios y agencias de noticias, cuando una personalidad se enferma con riesgo de muerte es habitual encargarle a un redactor la biografía del enfermo.
En caso de que muera no se pierde tiempo en hacer un nuevo texto sino que se utiliza el ya escrito y si muere se le agregan algunas lamentaciones por la irreparable pérdida.

El 1 de Junio de 1897 se encontraba con unos amigos debatiéndose todos entre la necesidad de una buena comida, bien regada y la falta del dinero necesario para la misma. La reunión era en la Cervecería Monti en Maipú esquina Sarmiento, como de costumbre, cuando recibió el llamado de Enrique de Vedia, el administrador de La Nación, para solicitarle un texto sobre el escritor estadounidense Mark Twain –

Es preciso, le dijo, que escriba un  artículo extenso, enseguida sobre Mark Twain, para que aparezca en la edición de mañana, porque es probable que la noticia del fallecimiento llegue hoy a Buenos Aires.

Según un cable de la Agencia Associaite Press, el escritor agonizaba en Londres.

La noticia de la agonía de Mark Twuain no era motivo de festejo para el nicaragüense pero sí de alegría ya que significaba un ingreso extra.

Como cobraba sus notas al día siguiente, el escritor corrió a la redacción y el enterrador de celebridades escribió su nota necrológica y convocó a sus amigos a un restaurante famoso a pocas cuadras de la redacción de La Nación para una comilona bien regada.

Según narró Rubén Darío cuando entregué mi trabajo concurría buscar a mis amigos para que cenáramos juntos y por supuesto pedimos una opípara cena, bien humedecida –
A las libaciones siguieron las, literarias y anecdóticas charlas. Hasta el amanecer y Charles de Soussens (a quien José Ingenieros le regalaba su ropa y llamaba “ginebrino” por su adicción a la ginebra, se ofreció para ir a buscar al amanecer un número de La Nación.

Al regresar, la cara de Soussens, bajo su inseparable galera gris, traducía un desconsuelo que nada bueno hacía prever.

Se acercó a la mesa del grupo de amigos agitando el diario con los brazos en alto.

Se acercó a Rubén Darío con lástima  y le dijo en un español afrancesado. No viene el artículo.
A quince años del episodio que estamos contando, Rubén Darío lo contó en Caras y Caretas .Nos pusimos serios. Desdoblé el periódico y nos enteramos de la penosa verdad.

En un cablegrama se anunciaba la enfermedad de Mark Twain, en otro sea anunciaba que los médicos abrigaban esperanza, en otro que se esperaba una reacción y en otro se anunciaba una franca mejoría.

La salvación del escritor fue para nosotros un golpe duro. El dinero de la necrológica ya estaba gastado

Como puede haber sucedido todo en pocos minutos.

El asunto empezó cuando en el diario llega el cable de que James Ross Clemens-
Mark TWAIN se llamaba Samuel Longorne Clemens) y en el diario malinterpretaron la noticia. Quien estaba muriéndose era un primo del escritor

Todo esto en medio de la comilona de Rubén Darío y sus amigos.

A la misma hora en que Darío detallaba la biografía de Twain, el New York Jornal acudía a la casa del escritor quien lo recibió en persona y no parecía estar agonizando
Quien le aclaró todo. Además el primo ya estaba recuperándose.
Twain lanzó una frase que ha quedado en la historia. El anuncio de la muerte es una exageración y que los sajones utilizan como nosotros los latinos los muertos que vos matáis, gozan de buena salud.

A propósito hay otra frase interesante de Mark Twain en sus memorias:
Entonces me convertí en periodista, odiaba hacerlo, pero no conseguí ningún trabajo honesto.

Disculpen los periodistas, pero yo solo repetí lo que había dicho Mark Twain en sus memorias 

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